Pozo Mariángela, crónica del encierro 20 años después

Cuatro mineros recuerdan el encierro que vivieron, junto a otros cuatro compañeros, en una mina de Santa Marina de Torre  para evitar el cierre de Virgilio Riesco en 1994, durante la primera reconversión del sector.

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Fundador, CEO de InfoBierzo e InfoLeon
16 de Noviembre de 2014
Actualizado: 10 de Enero de 2015 a las 17:05
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Han pasado veinte años. José Antonio González 'Pardal', José Luis Morán 'Selo', José Luis Moreno 'Fran' y Juan Carlos Seijas vuelven al pozo Mariángela de Santa Marina de Torre (León), donde estuvieron encerrados durante 29 largos días junto a otros cuatro compañeros -Esteban Fernández, Manolo Frechilla, Marino Jardino y Joaquín Castro 'Quintero'- para evitar el cierre de la empresa minera Virgilio Riesco y defender los puestos de trabajo de 152 mineros, en la que era la primera reconversión minera. “Ver todo esto para mi es tristeza, ver lo que era y lo que es, da mucha pena”, confiesa Seijas, con la mirada perdida al otro lado de la reja que protege ahora esa bocamina abandonada.

La misma bocamina sobre la que entonces colgaban las pancartas que reivindicaban “matenimiento de los puestos de trabajo de la comarca minera”, “los mineros queremos puestos de trabajo, no estar parados” y “nuestro futuro no es la primitiva”. Dos décadas y varios planes del carbón después, esas mismas reivindicaciones siguen vigentes en las cuencas y ellos mismos se plantean si ese sacrificio mereció realmente la pena. Ya nada queda de la mina que fue, todas las instalaciones fueron desmanteladas y solo permanece como testigo esa misma bocamina, ahora rodeada de 'hierbajos' y el silencio.

“Cuando nosotros nos encerramos el futuro era negro, pero yo creo que ahora es mucho más negro”, asegura José Antonio González, que recuerda que entonces si no trabajabas en Virgilio Riesco tenias la opción de buscar trabajo en otra empresa y si no era esta zona del Bierzo Alto podías encontrar en Fabero o Villablino. “Ahora ni en esta zona ni en ninguna”, lamenta. Y es que ninguno de ellos alberga ya esperanzas de que la minería “resucite” y menos de volver a ver la reja del Maríángela subida y a los vagones salir de nuevo cargados de carbón.

Pero hace 20 años las cosas era distintas y ninguno dudó en levantar la mano para ofrecerse voluntario en un encierro casi improvisado. “Nos juntamos aquí fuera en una asamblea, no sé si entre el comité lo habían hablado antes, pero en ese momento dijeron que hacían falta voluntarios y para adentro”, recuerda Moreno, mientras Morán puntualiza que “fue acabar de levantar la mano y acabar la reunión, ir corriendo a casa a coger ropa y un par de cosas y meternos al pozo”. Era el 27 de octubre de 1994 y 'los ocho de Virgilio Riesco', en plena noche, se montaron en la 'carrucha' para bajar a 220 metros de profundidad e iniciar su encierro.

Una medida de presión acompañada fuera por una huelga indefinida. Su objetivo, el cobro de las dos nóminas que les adeudaban -Virgilio Riesco debía en ese momento grandes cantidades de dinero a Hacienda y Seguridad Social, así como a proveedores- y un futuro para la empresa, amenazada por el “cierre total e inminente” según los planes de la Dirección General de Minas, junto a otras diez minas del Bierzo Alto. Entonces ellos se conviertieron en la bandera de la lucha minera, mientras toda la cuenca se ponía en pie de guerra convirtiendo a Bembibre en su campo de batalla, con concentraciones multitudinarias y cortes de carretera, sin faltar tampoco los viajes a Madrid.

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Un hogar en el 'recorte'

Durante casi un mes, los mineros convirtieron el 'recorte' de una galería en su hogar, colocaron plásticos alrededor y sacos de sal para reducir la humedad. Seijas recuerda que no estaba previsto ese lugar, que primero pensaron en la zona de las calderas “pero había mucha corriente”. “No estaba pensado, yo estaba con Quintero y empezó a 'chinear' algo, lo eché para una lado y cayeron piedras y pincharon la colchoneta”, cuenta Seijas, mientras Morán puntualiza que entonces “estuvieron poniendo cuadros para asegurar”. Al problema de la humedad, destacan los cuatro, se unían las ratas, de las que se deshacían como podían, “a palos”.

Jugar a las cartas, charlar y leer la prensa fueron los principales entretenimientos durante esos días, en los que las horas se hacía eternas, excepto cuando recibían la visita de los sindicatos, algún medio de comunicación o su médico, el doctor Juan Carlos, que les animaba con su guitarra y, se ríen, “algunos días subía más contento de lo que bajaba”. 'Pardal' recuerda que les hizo hasta una canción, con la música de una película del oeste y la letra: “Pardal, Morán, Jardino, Orenga, Fran, Seijas, Quintero, Esteban...luchan por el carbón...”.

“Cuando se iban te quedabas de capa caída”, rememora nostálgico. En esos días no les faltaron atenciones, sobre todo en la comida. Restaurantes de Bembibre, Torre del Bierzo y también de Villablino, así como los tres bares que había entonces en Santa Marina y muchos vecinos se volcaron con ellos y todos los días les llevaban de comer “caliente”. “De comer nunca nos faltó”, asegura Fran, que recuerda que más complicada era “cumplir” con la higiene personal. “Los primeros días con toallitas”, le completa la frase 'Selo', antes de que les bajaran un infiernillo con el que calentar el agua para poder ducharse.

Fueron 29 días llenos de emociones y anécdotas, muchas de las cuales, advierten, “no se pueden contar”. Entre las que sí se pueden saber, nada más iniciar el encierro escucharon unos ruidos dentro del pozo y, cuenta José Antonio González 'Pardal', “en ese momento pensamos: 'No acabamos de entrar y ya vamos a tener problemas'. Entre la oscuridad aparecieron 'Jaus' -hermano de 'Quintero' y uno de los mineros que participó en la última Marcha Negra- y el difunto Pedro de la Torre 'Tablillas' cargados de cervezas, no fuera a ser que no tuviéramos que beber. Entraron sin ninguna luz, siguiendo el camino palpando los tubos de la ventilación y empapados y sucios hasta la cintura”.

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Podemos ser héroes

La humedad y las condiciones del encierro hicieron mella en la salud de todos, pero especialmente para la de 'Selo' y 'Pardal', que tuvieron que abandonarlo antes por prescripción médica. “En ese momento sientes rabia de dejar a los otros allí, pero no había otro remedio salir o salir, cuenta Morán, que recuerda con sus compañeros como la humedad les calaba cada noche, no les dejaba apenas dormir, y fue fatal para los bronquios de 'Pardal', que requirió atención médica al agravarse su silicosis.

Los otros resistieron y el 25 de noviembre de 2014, a las 13.05 horas, las seis luces de sus cascos comenzaron a asomar en la bocamina ante la mirada de cientos de personas, que les recibieron entre llantos de emoción y aplausos, mientras se oía de fondo el repique de las campanas de la iglesia de Santa Marina. Se reencontraban con sus familiares y con los otros dos compañeros que tuvieron que abandonar el pozo. Los ocho fuero aclamados como verdaderos héroes porque su sacrificio, junto a las “activas” movilizaciones fuera, había servido para alcanzar un acuerdo en Madrid y evitar en ese momento el cierre de Virgilio Riesco.

Pero sobre todo ahora, en estos momentos de recuerdos, es cuando se hacen más presentes las ausencias. Dos de 'los ocho de Virgilio Riesco' ya no están, fallecieron pocos años después del encierro. Marino Jardino perdió la vida con solo 31 años en un accidente en una mina de Cerezal de Tremor, “un tajo complicado, con capas muy estrechas”, puntualiza 'Fran', por la caída de un pequeño 'costero' -una roca suelta- que le golpeó la cabeza, mientras Joaquín Castro, hijo de emigrantes portugueses, encontró la muerte como uno de tantos jóvenes en la carretera, en un siniestro con su coche en Las Ventas de Albares.

Los otros seis siguieron cada uno su camino. Unos cogieron la indemnización, otros continuaron trabajando en el pozo Mariángela, mientras otros probaron suerte en otras explotaciones mineras de la zona o en otros sectores, observando del paulatino deterioro de las condiciones de trabajo de los mineros. En la actualidad, José Antonio González 'Pardal', José Luis Morán 'Selo' y Esteban Fernández ya están retirados, mientras José Luis Moreno 'Fran' trabaja ahora seis meses en el puerto de Manzanal, en la viabilidad de invierno,Juan Carlos Seijas están en la zona de Casaio (Orense), tras cambiar el carbón por la pizarra, y Manolo Frechilla tiene con su hermano un puesto de pollos asados.

El pozo Mariángela se cerró en 2004, coincidiendo con el décimo aniversario del encierro y dos décadas después de que levantara su reja por primera vez en 1984. “Cuando salimos, en ese momento, teníamos la sensación que había servido para algo y que habíamos ganado, nos recibieron como héroes, porque el cierre de Virgilio Riesco era inminente y conseguimos que la empresa siguiera adelante y sobreviviera”, explica 'Fran'. Ellos fueron entonces la bandera de la lucha minera que debe seguir resistiendo en las cuencas porque, como dice la canción de David Bowie, “la vergüenza está en el otro lado, podemos vencerles por siempre jamás, entonces podemos ser héroes por un día”.

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