Lourdes y Alberto dan el 'sí quiero' en Ponferrada a la primera boda civil en Castilla y León durante el estado de alarma

Lourdes González y Alberto Rivera, primeros novios que se casan de manera civil en Castilla y León y cuya boda se celebró este sábado en Ponferrada, después de haberse decretado el estado de alarma y durante la fase dos de la desescalada, cuando ya han sido autorizadas estas ceremonias.

06 de Junio de 2020
Actualizado: 09 de Junio de 2020 a las 10:23
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Ceremonia en el salón de plenos del Ayuntamiento de Ponferrada este sábado (Cesar Sánchez /ICAL)

 

Lourdes González y Alberto Rivera, primeros novios que se casan de manera civil en Castilla y León y cuya boda se celebró este sábado en Ponferrada, después de haberse decretado el estado de alarma y durante la fase dos de la desescalada, cuando ya han sido autorizadas estas ceremonias.

 

El salón de plenos del Ayuntamiento de Ponferrada acoge al mediodía de hoy la primera boda civil que tiene lugar en la ciudad desde que se declaró el estado de alarma para hacer frente a la pandemia provocada por el coronavirus COVID-19. Alberto y Lourdes son los protagonistas de un enlace con el que la capital berciana recupera el pulso en lo que a los matrimonios se refiere, tras casi tres meses sin poder celebrar una ceremonia de este tipo en el Consistorio. 

Aunque no podrán recibir la tradicional lluvia de granos de arroz, ni irse de luna de miel tal y como tenían planeado, Alberto confía en festejar “más adelante” el que muchas parejas recuerdan como uno de los días más felices de su vida, uno que ellos seguro que no podrán olvidar. “El beso a la novia se lo daré igual, porque con todos los que nos hemos dado durante este tiempo no tendría sentido otra cosa y sería un poco triste”, explica.

Pese a que el área sanitaria del Bierzo y Laciana lleva ventaja al resto de territorios de la Comunidad en el proceso de desescalada y transita desde el pasado lunes la fase dos del plan para la transición hacia una nueva normalidad, las medidas para luchar contra esta amenaza invisible continúan vigentes y regulan cuestiones como el número de invitados, el uso de mascarillas o la recomendación de reducir al mínimo el contacto físico entre los asistentes, aspectos que junto a la falta del tradicional banquete nupcial, diferencian a ésta de “una boda normal”, admiten los contrayentes.

Por lo que respecta al número de invitados, la normativa estatal establece que los lugares que alberguen estos enlaces no podrán superar la mitad de su aforo total, con un máximo de 50 personas en espacios cerrados y de 100 en el caso de bodas al aire libre. En el caso concreto de Ponferrada, las dimensiones del salón de sesiones obligan a limitar el número de asistentes permitidos a 30 durante esta fase de la desescalada, aunque eso no será un problema para Alberto y Lourdes, ya que tienen previsto que su boda se celebre en la más estricta intimidad. “Vamos a estar sólo nosotros dos y los testigos”, explica el novio, que valora que la ceremonia vaya a servirles para “formalizar la relación un poco más”, ya que conforman una pareja de hecho desde hace años.

Con el cóctel de ilusión y nervios habitual de dos personas que se encuentran a pocas horas de darse el “sí, quiero”, Alberto confía en poder prescindir de la mascarilla durante la celebración. “Supongo que dentro nos dejarán quitarla, porque he visto que en el Ayuntamiento tienen pantallas de metacrilato”, explica. “Con el tiempo”, “cuando se pueda” o “cuando esto se normalice” son las respuestas que dan a los que preguntan por unos futuros festejos para los que planean contar ya con más invitados. “Tampoco va a ser gran cosa, por como está la situación económica, pero al menos juntarnos con los amigos y la familia”, asegura Alberto.

Por el momento, sus planes para después de la ceremonia pasan por “marchar al pueblo”, a la casa de la familia de él en el cercano municipio de Borrenes, el lugar donde han pasado el confinamiento pese a que habitualmente residen en la capital comarcal. “Vivimos en Ponferrada, pero nos pilló todo aquí cuando se pusieron las cosas feas”, explica. Tras varias semanas allí, ése será el lugar donde pasen el verano y en el que hoy celebren el enlace con una comida a la que asistirán los testigos, los padres del novio “y poco más”. “Ya lo celebraremos más a fondo más adelante”, repite Alberto.

Contando a partir del 14 de marzo, fecha en la que se anunció la declaración del estado de alarma, la pandemia ha mantenido las puertas del Ayuntamiento cerradas para este tipo de ceremonias civiles durante nueve de los 43 días previstos a lo largo del año para celebrarlas. Con todos los preparativos y el papeleo avanzado, la solicitud original de esta pareja contemplaba el 30 de mayo como la fecha prevista para su boda. 

Hace algo más de una semana, el Ayuntamiento les informó que podrían celebrar su enlace en el día esperado, pero pocos días después los servicios municipales les informaron que el matrimonio tendría que esperar una semana más, hasta el día de hoy. “Creo que querían esperar a pasar a la fase dos”, explica Alberto, que agradece a los funcionarios municipales el trato y la ayuda prestadas a lo largo de todo este tiempo. “Hicieron todo lo que pudieron”, señala.

En cuanto a la luna de miel, Alberto reconoce que “eso quedará para el año que viene”. “No creo que este año se arreglen las cosas como para viajar fuera del continente”, explica el novio. Y es que la pareja planeaba viajar tras su boda a Paraguay para compartir su alegría con la familia de Lourdes, originaria de este país sudamericano en el que la pandemia “no ha afectado mucho”, explican, ya que se encuentra situado en el medio del cono sur y dispone de pocos vuelos que lo conecten con el extranjero. “Lo han sujetado bastante bien”, resumen.

Aunque sus planes se han ido al traste, el contacto con la familia de ella en estos días previos al enlace ha sido constante a través de videollamadas y la historia de su “minimalista” boda ha llegado incluso a los medios locales del país. “Hay que adaptarse”, aseguran con un poco de resignación y un mucho de optimismo y de ganas de superar una etapa marcada por el sufrimiento en muchos hogares. “Nosotros no nos podemos quejar, no hay daños mayores en nuestra familia, todos estamos bien, la pena es por la gente a la que le ha ido peor”, afirma.

Con esa perspectiva en mente, las normas que les obligan a celebrar su boda de una manera que confiesan que no era la esperada ya no parecen tan importantes. “Con que mi gente esté bien, yo ya soy feliz”, admite Alberto, que asegura que esos detalles pasarán a un segundo plano poco después de las 13 horas, cuando salgan por la puerta del Ayuntamiento cogidos del brazo y convertidos en marido y mujer.