Torre del Bierzo, donde el otoño se funde con el patrimonio industrial minero

Dicen que el otoño es uno de los mejores momentos para visitar la comarca. También para conocer Torre del Bierzo, acercarse a sus pueblos y perderse por sus sendas y caminos entre castaños y robles que visten ahora sus hojas en todas las tonalidades que van de marrón al amarillo

08 de Noviembre de 2020
Actualizado: 20 de Noviembre de 2020 a las 12:36
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Dicen que el otoño es uno de los mejores momentos para visitar la comarca. También para conocer Torre del Bierzo, acercarse a sus pueblos y perderse por sus sendas y caminos entre castaños y robles que visten ahora sus hojas en todas las tonalidades que van de marrón al amarillo. Los mismos colores que muestran sus regias choperas, que escoltan el discurrir de los ríos Tremor y Boeza con sus regueras y arroyos. Los mismos colores de esos viñedos viejos que aún resisten en las laderas de Albares de la Ribera y entre los que destaca alguna nota rojiza pincelada por las cepas de garnacha tintorera.

Son los otros colores de un municipio minero y que ya se disfrutan en el sinuoso recorrido de la antigua N-VI, bordeando el río Tremor y dejando atrás los vestigios de viejos lavaderos de carbón y explotaciones mineras abandonadas, hasta llegar al pueblo de Torre del Bierzo. Allí, merece la pena dar un paseo para cruzar su puente de piedra (datado del siglo XVI) y coger la calle La Maquila -maquila era la cantidad de grano o harina que le correspondía al molinero por la molienda-  hasta encontrarse con el Pozo Viloria,  que aún se levanta majestuoso con su salida de vagones ‘volando’ sobre el río y rodeado de escombreras. Es historia de la minería en esta cuenca desde 1942.

La estatua del minero o la escultura del artista Tomás Bañuelos que recuerda trágico accidente ferroviario del 1944 son otros puntos interesantes, junto a la estación de tren. Precisamente el Ayuntamiento quiere convertir el abandonado edificio de la estación en un museo que recuerde su pasado ferroviario y esa tragedia que se cobró decenas de vidas en el túnel número 20, a escasos metros de ese lugar y hoy en día desaparecido. El paseo puede continuar por el camino que sale al lado de su iglesia parroquial y sube hasta el mirador del paraje del Fornillo, un espacio que hace años ocupaba la escombrera de Antracitas de Brañuelas, para continuar la senda hasta el vecino pueblo de Santa Cruz de Montes.

El edificio de la estación de Torre, que quiere ser reconvertido en museo ferroviario. Foto: Francisco L. Pozo

Estatua del minero, en el parque de Torre del Bierzo. Foto: Francisco L. Pozo

Escultura en recuerdo del accidente ferroviario de 1944, de Tomás Bañuelos, al lado del puente de piedra. Foto: Francisco L. Pozo

 

Entre los montes de Santa Cruz y Santa Marina

En Santa Cruz destaca su ermita y su iglesia, en un lugar que ya en el siglo X era uno de los monasterios de esta ‘Tierra de Montes’ (vinculados a San Pedro de Montes), los restos de la mina de Campomanes Hermanos y diferentes sendas con unas vistas espectaculares. Un encanto especial tiene la que lleva hasta el desaparecido pueblo de Santibáñez de Montes, prácticamente “tragado” por la escombrera de un cielo abierto. Aún permanecen en pie algunas casas y los restos de su iglesia, cuyos pórtico, espadaña y arco fueron rescatados para “revivir” en otra iglesia, la de Santa Marina de Torre, donde pueden contemplarse hoy en día.

Testigo también del pasado monástico de estos montes, la iglesia de Santa Marina guarda otra curiosidad. Y es que durante siglos y siglos su recargado y dorado retablo mayor mantuvo oculto a la vista de todos un origen más humilde, con unas modestas y rústicas pinturas que casi parecen los trazos esquemáticos del dibujo de un niño. Un tesoro oculto desde el siglo XVII hasta hace cerca de 20 años, cuando las obras de rehabilitación las sacaban de nuevo a la luz.

Desde la plaza de este pueblo también parten varias rutas. Una de ellas, la ‘ruta de los petroglifos’, permite conocer el primer ejemplo de este tipo de grabados prehistóricos localizados en El Bierzo en su disposición original y que confirman la tipología de los aparecidos a los pies del Teleno. En un recorrido de casi cuatro kilómetros, los grabados se observan en diferentes afloramientos rocosos en una misma ladera y muy próximos entre sí, en los parajes de Las Abarrazas, la Peña del Trigo, La Cueva del Moro y El Paxaxe. También es muy interesante la 'senda de los Canteros', siguiendo los pasos de los canteros que en el siglo pasado iban en busca de la “piedra de grano” con la que levantar las casas del pueblo y también las que se utilizaban para las muelas de molino y para los contrapesos de los lagares.

El pueblo de Santa Cruz de Montes. Foto: Francisco L. Pozo

Lo que queda del desaparecido Santibáñez de Montes. Foto: Francisco L. Pozo

El lavadero Salgueiro, rodeado de otoño. Foto: Francisco L. Pozo

Uno de los afloramientos rocosos con grabados de petroglifos. Foto: Francisco L. Pozo

Uno de los caminos de Santa Marina de Torre. Foto: Francisco L. Pozo

Los colores del otoño conviven con el negro minero. Foto: Francisco L. Pozo

Son ocho kilómetros entre castaños, encinas y robles centenarios, con algún acebo y piornos, hasta  el arroyo de La Ñasera, con los dedos cruzados para poder ver fugazmente a algún corzo, jabalí, jineta o lagarto ocelado. La senda se pierde también por lugares con curiosos topónimos como 'El lagarto', 'Val de la Perdiz', 'Garcibáñez', 'Argañoso', y la 'Llama de Gaspar' con la 'Peña el Oso' como destino central, en cuyo entorno estaba ubicada la cantera. El tramo final de la senda atraviesa una antigua explotación minera de oro de origen romano, El Castrillón.

Unidos por el arroyo del Real

Al otro lado, el valle por el que discurre el arroyo del Real también merece una visita. Desde San Andrés de las Puentes, con varias explotaciones mineras abandonadas antes de entrar al pueblo y su ‘barrio de las bodegas’, se puede realizar la 'ruta de Sofreo' para disfrutar de todo el esplendor de los colores otoñales. Un consejo, antes de salir llena tu botella, cantimplora o camel bag con la fresca y rica agua de su fuente La Fontanina. Este recorrido circular de 12 kilómetros pasa también por el pueblo de San Facundo, uno de los pueblos más bellos de Castilla y León con una ubicación privilegiada al lado del río Argutorio (como también se llama al arroyo del Real).

Siguiendo río arriba, los colores del otoño también acompañan en el camino que, sin perder la senda marcada con dibujos del arcoíris, lleva hacia el ‘pozo de las Ollas’ y los pueblos de Matavenero y Poibueno. Abandonados en los años 60, el Movimiento Arcoíris (Rainbow Movement) los devolvió a la vida mediante su repoblación hace 30 años. Dos ecoaldeas, dos pueblos ‘hippies’, que se han convertido el paradigma de una vida alternativa y sostenible.

No lejos de allí se encuentra Fonfría, otro pueblo que también estuvo abandonado durante varias décadas y al que se puede acceder a través de diferentes senderos y pistas desde Santa Marina o San Facundo.

Señalización de la 'ruta de Sofreo'. Foto: Wikiloc

El pueblo de San Facundo, con el mapa de la ruta a Poibueno y Matavenero. Foto: C. Sánchez

La ecoaldea de Matavenero. Foto: César Sánchez

La vega del Boeza

Una vega es un terreno bajo, llano, fértil. Y probablemente esa ubicación es lo hace especial y diferencia a la zona de Albares de la Ribera del resto del municipio, en un valle más abierto regado por el río Boeza. Un pueblo con larga historia, donde disfrutar del entorno de la plaza Antonio Alonso, de los buenos ejemplos de arquitectura tradicional con las típicas casas bercianas de corredor y alguna casa señorial que aún se encuentran en sus calles, antes de visitar su iglesia de San Millán.

Otro lugar interesante es su Huerta Grande, con la Casa del Obispo, donde pasaba largas temporadas el religioso Antolín López Peláez. Desde este punto sale un camino que, entre doradas choperas, huertas y frutales lleva hasta la vecina localidad de Las Ventas -donde cruzar el Boeza a través de su puente de piedra de origen romano (datado del siglo I d.C.)-. Este camino uno de los mejores lugares para contemplar el paisaje de otoño en Albares, junto a las vistas desde lo alto del paraje de La Gándara.

Vista de Albares de la Ribera desde los viñedos. Foto: Francisco L. Pozo

La iglesia de Albares de la Ribera, por donde pasa el Camino de Santiago por el Manzanal. Foto: Francisco L. Pozo

El puente de origen romano de Las Ventas, datado del siglo I d.C. Foto: Francisco L. Pozo

Y es que sus viñedos, la mayoría ubicados en esta ladera y que acaban de ser incorporados a la Denominación de Origen (Bierzo), muestran toda su belleza en esta época cubriéndose de tonos amarillos, ocres y rojizos. Aquí la alternativa del enoturismo es una realidad de la mano de las bodegas Casa Aurora, del enólogo Germán R. Blanco, y Viña Albares, gestionada por Dominio de Tares.

De Tremor a La Granja

Al otro lado del municipio, Tremor de Abajo y Cerezal de Tremor guardan también sendas interesantes por las que perderse. Desde estos pueblos parte un laberinto de caminos y pistas que suben hacia el alto del Morueco, el lugar donde hace más de 250 años se inició la explotación de la primera mina de carbón, el sueño de un visionario ingeniero francés, Carlos Lemaur.

La boca de galería minera cuyo rastro se pierde hoy en día bajo un denso manto de vegetación, entre pinos, robles y encinas, que también ocultan la antigua calzada que cruzaba estos montes y que se adentraba en el Bierzo desde Brañuelas, pasando por el desaparecido hospital y el convento de Santa María Magdalena de Cerezal, del que aún quedan algunos vestigios.

Y así, una ruta te puede llevar por esta vieja zona minera desde Cerezal, subiendo por ‘La Provida’ y las ruinas de El Flechal, dejando el Alto del Morueco a la derecha hasta cruzar el túnel del 5 y seguir hacia la antigua estación de Folgoso y la mina de La Cantera. De ahí, seguir el camino que discurre junto al arroyo de Artudiel hasta Tremor de Abajo. Un pueblo desconocido, pero muy cuidado y con un encanto especial, con rincones muy acogedores.

No lejos de ahí se encuentra La Granja de San Vicente, desde donde merece la pena visitar el antiguo poblado minero-ferroviario de Albares de La Granja. Las hojas secas y los colores del otoño acentúan la nostalgia que se respira entre sus calles y casas abandonadas desde los años 70, cuando fue clausurada su estación y sus habitantes fueron poco a poco dejando vacías sus más de 60 viviendas, junto a su escuela, su taberna y su economato.

Tremor de Abajo. Foto: Francisco L. Pozo

En el entorno de Cerezal de Tremor. Foto: Francisco L. Pozo

El pueblo de La Granja de San Vicente. Foto: Francisco L. Pozo

El poblado abandonado de Albares de la Granja. Foto: Francisco L. Pozo