33 años después Fabero recuerda a sus ocho mineros muertos por la explosión de grisú

En 1984 la localidad berciana sufrió uno de los peores accidentes mineros de España, tragedia que puso en entredicho las medidas de seguridad en los pozos.

18 de Noviembre de 2017
Actualizado: 26 de Noviembre de 2017 a las 10:59
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mineros635
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19 de noviembre de 1984. 8.30 horas. Los mineros que hacían el primer turno en el Grupo Río de Fabero acababan de entrar al tajo. Una explosión que se escuchó en prácticamente toda la localidad rompió el silencio de aquella mañana de lunes. El grisú acumulado durante todo el fin de semana en el Piso 17 Sur provocó una tremenda deflagración que acabó en el acto con la vida de Luciano Iglesias, Adelino Alonso y Manuel García. Los mineros que se encontraban en el Piso 18 intentaron acceder para ayudar a sus compañeros, el humo negro y el intenso olor a carne quemada volvieron el ambiente insoportable. Ruido, confusión y después silencio. El eco de la desgracia corrió como la pólvora. Las cuencas de Fabero y del Alto Sil pararon conmocionadas. De nuevo. El miedo paraliza. La desgracia se repite.

Una pequeña multitud rodeó el pozo. Agustín Rodríguez, el médico, ordenó la evacuación de los heridos al Hospital Camino de Santiago de Ponferrada. Desde allí, ocho mineros fueron trasladados a Madrid, siete al Hospital La Paz y uno a la Unidad de Quemados de la Cruz Roja. Algunos tenían más del 85% del cuerpo abrasado. Ramiro Guerra, Santiago Álvarez, Tomás Abella de la Mata, Emilio Álvarez González y Manuel Tejón engrosarían poco después la lista de muertos de uno de los peores accidentes mineros que ha vivido este país.

La noticia ocupó portadas de todos los periódicos regionales y nacionales. El País recogía en su edición del 20 de noviembre las declaraciones de uno de los supervivientes. “Empezamos a notar un aire caliente muy extraño, después sé que había mucho polvo negro e inmediatamente algo estalló. Yo fui el único que no perdió el conocimiento, muchos de mis compañeros quedaron en ese momento secos en el suelo. Yo no podía hacer nada más”, alcanzó a decir Andrés Calvo, de 21 años. “Tenía que haber más turbinas y no las hay”, dijo entonces.

La vida de un obrero importaba poco. La seguridad era deficiente. Las voces se alzaron entonces contra la empresa Combustibles de Fabero, propietaria del pozo. Cartas y telegramas de pésame de los Reyes, Felipe González y otras autoridades. Había que cumplir los protocolos. La conmoción y la pena dieron paso a la rabia. Negligencia. No se comprobó si había grisú, como estaba contemplado en la directiva de seguridad minera. El accidente habría podido evitarse.

La patronal guardó silencio durante cuatro días, el 22 de noviembre El País publica: “Combustibles Fabero niega la versión de los trabajadores sobre el suceso que costó la vida a tres mineros”. Poco después eran ocho los mineros muertos, ocho muertos y ningún responsable. Ésa era la versión de la empresa.

Más tarde la justicia repartió responsabilidades. Algunos fueron a la cárcel. La familia de los trabajadores, todos jóvenes, muchos con hijos pequeños, recibió indemnizaciones. Nada reparó el dolor de la pérdida. Combustibles Fabero cerró en 1993.

Este sábado, una misa y una ofrenda floral a la estatua del minero en Fabero homenajearán a los muertos 33 años más tarde. Que la memoria no se pierda.