
A principios de la década de los sesenta, llegar desde Toral de Merayo al centro de Ponferrada pasaba durante la mayor parte del año por ir primero en contradirección hacia Villalibre de la Jurisdicción (Priaranza del Bierzo). Los chavales de entonces viajaban en bicicleta y sólo podían cruzar el Sil en verano para atajar en el viaje hacia una ciudad que les abría un horizonte de posibilidades de ocio vedadas en el pueblo, donde parecían condenados a trabajar las tierras.
Francisco Merayo Blanco hacía ese trayecto fundamentalmente los domingos, cuando en aquella Ciudad del Dólar que había sido Ponferrada los principales entretenimientos consistían en ir al cine, frecuentar las cafeterías y pasear. Hacía casi treinta años que Paco no regresaba al Bierzo desde México, adonde marchó en 1965 con apenas 16 años de edad por mediación de sus parientes de la Farmacia Merayo, uno de los primeros lugares frente a los que se detiene en un paseo por la nueva Ponferrada que arranca en el extremo más occidental de la Avenida de España, la Capitán Losada de su infancia.
Una ciudad gris en el recuerdo
Francisco Merayo señala la montaña de Carbón, un recuerdo del que se alegra ver desaparecido en el que se lleva de la Ponferrada de hoyAhora semipeatonalizada, la Calle Capitán Losada de sus primeros años de vida era un vial de doble sentido. Y en la actual Plaza Fernando Miranda, hoy poblada de terrazas, hubo un surtidor de gasolina. Ponferrada era una ciudad gris, marcada por la negra presencia de la montaña de carbón. “Había mucha contaminación”, dice Paco, que considera que la ciudad se ha desarrollado urbanísticamente de forma armoniosa, al contrario que México Distrito Federal, donde reside: “México fue creciendo a lo bruto”.
Francisco Merayo lee la placa que alude al paseo por la avenida de España, que antaño hacía los días festivos
Saluda en el reencuentro con varios de sus paisanos durante el paseoLos primeros semáforos
A México llegó con 16 años para ganarse la vida despachando en un establecimiento que se podría homologar a la clásica tienda de ultramarinos. Y la Ponferrada que tiene grabada en su memoria es la de aquella adolescencia feliz. Los chicos que venían desde Toral de Merayo pasaban inexcusablemente por Capitán Losada para acceder a la Plaza de Lazúrtegui, donde había dos motivos de sorpresa para quienes llegaban del pueblo.
El primero era el edificio Uría, el ‘ataúd’ para muchos por su forma y, en el recuerdo de Paco, la casa del ‘coño’ por ser precisamente ésta la exclamación más habitual cuando alzaban la vista hacia arriba y no alcanzaban a ver el final.
"Fue el edificio más alto, y le llamábamos 'del coño' porque cuando pasabas ante él decías: 'coñó, que grande'".
El segundo fueron los dos primeros semáforos que regularon el tráfico en Ponferrada, una ciudad que ahora ha conseguido convertirlos casi en un elemento en vías de extinción por la proliferación de glorietas. "Ver Ponferrada peatonalizada y sobre todo tan abierta a medios de transporte como la bicicleta es un gran paso adelante. Cuando se puso el primer semáforo vinimos a ver cómo era eso de cambiar los colores y que pasaran o parasen los coches".
En la cafetería Nagasaki, a la que acudía de joven, señala el edificio Uría, o 'del coño'
En la plaza Lazúrtegui, donde se instaló el primer semáforo, y donde recuerda el cine EdesaUn Ponferrada de cines
“Toral no ha cambiado mucho. No ha crecido como lo ha hecho Dehesas”, compara Paco mientras gira desde la Plaza de Lazúrtegui hacia Pérez Colino, uno de los símbolos de la transformación urbanística de la Ponferrada de la segunda mitad de la década de los noventa, un bulevar no registrado en su disco duro de las imágenes de una ciudad a la que los chicos de Toral también se desplazaban para asistir a las Fiestas de la Encina. Una parada fija esos días era en el Monte Pajariel, aprovechando su condición de mirador para ver los fuegos artificiales que se tiraban desde las inmediaciones del Castillo de los Templarios. Y no puede evitar reproducir una de las cantinelas habituales de aquellas fechas festivas: “Ahí viene la Encina, ahí vienen los fuegos, ahí vienen los tontos de todos los pueblos”.
A vender en el viejo mercado de abastos
Francisco se reencuentra con el reformado Mercado de Abastos, muy cambiado respecto a aquel donde su madre montaba puesto para vender "lo poco que daba el campo"La gente de los pueblos también venía a Ponferrada a vender los productos que cultivaban en sus tierras. Su madre lo hacía ya en el actual Mercado de Abastos. Él trabajaba en el campo. No era fácil entrar en grandes empresas que absorbían entonces parte del empleo de la zona como la Minero Siderúrgica de Ponferrada, Endesa o Roldán. Paco tomó el camino de la emigración con 16 años. Se libró de la mili en España, pero se vio envuelto en México en la matanza de Tlatelolco con la que el Gobierno de la época trató de contener una revuelta estudiantil en 1968. Llegó a pasar unas horas en un campo militar. Aunque se libró de un posible fusilamiento, quedó fichado. Y cuando el secretario de Gobernación que ordenó aquel asalto, Luis Echeverría Álvarez, accedió unos años después a la presidencia, fue deportado a España. Vino a Toral y se casó en 1976 con su novia mexicana, un salvoconducto para poder regresar al país azteca ocho meses después. No regresaría hasta 1989, en su última visita hasta ahora. De hecho es la primera ocasión en la que comparte paseos por El Bierzo con sus hermanos Claudio y Teresa después de casi 3 décadas.

Cuando peregrinos y turistas eran la excepción
Francisco Merayo Blanco cuenta esta aventura mientras sube por la Calle Gil y Carrasco tras dejar atrás el Puente García Ojeda y el Castillo de los Templarios. Él no vio a nadie llevarse piedras de la fortaleza. “Pero estaba claro que faltaban”, dice al tiempo que se acerca a su impresionante figura y posa para la foto junto al hito del Camino de Santiago. Los peregrinos y los turistas que hoy pululan por el casco antiguo de Ponferrada antes eran la excepción, confiesa a la vez que aboga por completar la restauración de la zona histórica acondicionando (pero sin tocar su esencia) las casas antiguas ubicadas una frente al Castillo y otras junto al Teatro Bergidum. “Habría que restaurarlas bien, pero sin quitarles nada. Porque son las casas típicas de la Ponferrada de entonces”, abunda.
Francisco Merayo contempla la estatua en recuerdo de 'Pepe el barquillero' al que era un asiduo de chaval. "A los niños sin dinero nos daba siempre retales y nos poníamos contentos. Un gran hombre"El reencuentro con Pepe el Barquillero, ahora en estatua
Paco también se acerca a Pepe el Barquillero, cuyo monumento es una parada inexcusable para cualquier visitante en la Plaza del Ayuntamiento. “Era amigo nuestro”, puntualiza con el argumento añadido de que no le cobraba los barquillos a su pandilla. “Yo os conozco. Vosotros sois de Toral, ¿verdad?”, les decía el entrañable personaje, cuya imagen sigue pidiendo a gritos una placa explicativa habida cuenta que los turistas foráneos no tienen por qué saber quién fue.
Las películas de romanos y una ciudad con ascensores
En el ascensor que comunica la calle Ancha con General Vives. "Quién lo hubiera imaginado"Cuando Paco era chaval, en el Bergidum se proyectaban películas. Allí vio varias de las grandes superproducciones de Hollywood de la época como Espartaco, Ben-Hur o Los 10 mandamientos. También recuerda lo bien que lo pasó con La cabalgata de Charlot. “Me dolía el abdomen de tanto reír”, dice antes de encarar la Calle Ancha y girar a la izquierda para tomar el ascensor de General Vives, el que conecta la parte alta con la Puebla sin necesidad de escaleras. “Sueño con un día vivir en Ponferrada. Si pudiera volver…”, confiesa mientras baja hacia el centro de la ciudad con parada obligada junto a Casa Cubelos y el puente aledaño sobre el Sil, el hito fundacional que ha acabado tomando el nombre de la familia que regentó el bar y restaurante desde finales del siglo XIX. Allí, en el punto en el que empezó a construirse Pons Ferrata, vuelve la nostalgia: “¡Cuántas veces me detuve aquí a ver el río!”.
De la Casa Cubelos recuerda sus callos
Casa Cubelos y el río con un reflejo de "una ciudad que ha cambiado para mejor"
El paso por Casa Cubelos "donde recuerdo la tapa de callos", y tras degustar la clásica tapa de hígado encebollado en el Bar Tomelloso que también añoraba, hace obligado preguntar por la gastronomía. “Lloro por el botillo”, dice antes de reconocer que su paladar ya está acostumbrado al picante mexicano. “Ponferrada ha cambiado para bien”, destaca llegando ya a la zona de centro ciudad. Al paso por la Plaza del Cristo cita al Bar Prada (ahora reconvertido) y, en frente, al Cine Adriano, donde vio la primera película “para mayores”. A Lazúrtegui regresa para declararse satisfecho con lo visto de una ciudad que dejó en pleno desarrollo industrial y a medio urbanizar y a la que ahora ve con la fisonomía urbana bien trazada pero con cierta falta de punch económico.
De la calle del Cristo que "no ha cambiado" a pisar La Rosaleda
Una parada en la calle del Cristo, que recuerda casi intacta desde su última visita a finales de los 80', sirve para pasear después por La Rosaleda, un barrio de la nueva expansión de la ciudad, una Ponferrada que reconoce de otra generación. "Nadie podría pensar que Ponferrada sería tan grande y que tendría esta expansión. Aquí no había nada. Esto no era ciudad y estaba lejos incluso de la ciudad". Recuerda que en su último paseo era el barrio del polígono de Las Huertas el que había estirado Ponferrada. Ahora la ciudad tiene una nueva referencia para tomar el testigo a su edificio 'del coño', la Torre de La Rosaleda. No se pronuncia sobre si le gusta o no estéticamente. Simplemente siente orgullo de que la ciudad que dejó, plana, de cielo gris y plomizo, tenga ahora una mirada hacia arriba, hacia La Torre o el cielo azul.



Que no pase otra vida
Dicen que veinte años no son nada, o es toda una vida. Lo que tiene claro Paco Merayo es que "desde ahora espero volver si puedo más asiduamente". Durante estos años explica que el sacrificio en México ha sido una constante, donde trabajan y viven sus hijos Claudio y Javier Merayo, e incluso su nieto. "Los estudios y sacar adelante allí la educación de dos hijos que ahora son médicos no ha sido nada fácil para una familia humilde en ese país, donde todo cuesta mucha plata". Sabe que su vida está allá en el entonces llamado paraíso, pero afirma que esta estancia de verano en El Bierzo le ha recordado que "un berciano, y más si es de Toral de Merayo, tiene raíces muy fuertes". Por eso espera volver a volver, como dicen también esas rancheras que tanto le recuerdan a las canciones bercianas que no ha dejado de entonar con otros paisanos en México DF.
En una última mirada a la ciudad concluye que, a pesar de lo que escucha y siente, de los ecos de un boom económico que transformó la ciudad y que ahora parecen lejanos tras el azote de la crisis económica "son ustedes los que viven hoy en un paraíso" que él buscó en el nuevo mundo, que en parte encontró, y que siente que termina de completar con la vista puesta de nuevo en casa. A Ponferrada la ve muy cambiada. Le despidió gris, plomiza y de villa ruralizada, y hoy, transformada, de golpe le deja una pregunta: "¿Qué tanto ha pasado por aquí para que todo haya cambiado tanto?". Lo próximo que pasará quiere verlo más paso a paso.



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