Nace en las montañas de la Tebaida berciana, allí donde el silencio se hace palabra y el tiempo parece detenerse. Entre peñas y senderos, junto a Peñalba de Santiago, el río Oza comienza su camino. Sus aguas puras, alimentadas por manantiales y arroyos escondidos, descienden lentamente, como si quisieran acariciar cada piedra, cada raíz, cada historia que guarda este valle.
A su paso, los bosques lo acompañan. Castaños centenarios, robles y nogales generosos forman un marco que filtra la luz del sol en mil destellos sobre la corriente. El murmullo constante del agua se mezcla con el canto de los pájaros y el zumbido de las abejas que revolotean entre flores silvestres. Es un concierto natural que envuelve al viajero en una atmósfera de paz.

El Oza se acerca entonces a pequeñas aldeas de piedra: Valdefrancos, San Clemente y San Esteban de Valdueza, guardianes de una memoria que aún se conserva intacta. Sus casas, con tejados de pizarra y balcones de madera, parecen asomarse al río para escuchar sus confidencias. Allí, las campanas marcan el ritmo pausado de la vida, mientras el agua sigue su curso, recordando que todo fluye, que nada se detiene.
Cada recodo del río es una postal. Un puente medieval que une orillas y recuerdos, un molino antiguo que habla de tiempos en que el agua movía la vida de los pueblos, o un rincón sombreado donde detenerse a contemplar el reflejo cambiante de las montañas.

El valle se abre poco a poco, dejando ver huertas cuidadas con esmero y senderos que invitan a caminar junto al agua. El Oza, que un día dio fuerza a las fraguas y fertilidad a los campos, hoy ofrece calma a quienes lo siguen, convirtiéndose en compañero de viajeros y caminantes que buscan en su cauce la esencia más pura del Bierzo.
Y tras un viaje de luz, sonidos y memorias, el río alcanza su destino: la playa fluvial de Toral de Merayo. Allí, en las tardes de verano, las familias encuentran un refugio fresco, los niños juegan en el agua y los mayores disfrutan de la sombra y del rumor sereno de la corriente. El Oza, después de recorrer montañas, pueblos y paisajes de ensueño, se entrega generoso como lugar de encuentro y de vida.
El Valle del Oza no es solo un rincón natural: es un camino hacia el alma del Bierzo. Un río que habla de pasado, de presente y de futuro; de la fuerza de la tierra y de la calma del agua. Un viaje que, como su cauce, siempre invita a volver.

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