Tras levantarse el secreto de sumario, sus propias palabras arrojan nueva luz a algunos detalles del asesinato, los motivos y los hechos de aquel 12 de mayo.
Montserrat González se ha echado a sus espaldas toda la responsabilidad por el asesinato de la presidenta de la Diputación y del PP, Isabel Carrasco, en la tarde del pasado 12 de mayo ante la jueza que instruye el 'Caso Carrasco'. Exculpa del asesinato por activa y por pasiva a su hija, Triana Martínez, aún reconociendo que tras 'ejecutar' a la presidenta le entregó un bolso con el arma homicida para que se deshiciera de él, y ésta a su vez niega que su amiga la policía local Raquel Gago tuviera conocimiento del contenido cuando depositó el bolso en su vehículo al encontrarse con ella de manera casual, según sus propias palabras.
Todo ello se desprende de los testimonios de las tres encausadas y encarceladas, una vez que han conocido los primeras diligencias judiciales tras el levantamiento del secreto del sumario, que han ido desvelando diversos medios. Las versiones de las tres concuerdan sin apenas contradicciones, y eso que se supone que ninguna de ellas tuvo apenas tiempo para coordinar sus declaraciones.
Según desvela la autora confesa de los disparos mortales, acabar con Carrasco se había convertido para ella en una obsesión tras comprobar que "mi hija se sentía acosada", convencidas Triana y ella de que por culpa de Isabel "no podía trabajar, si le daban algún proyecto se cortaba, le quitaba los puestos de trabajo"; hasta el punto de estar convencida de que "Carrasco tenía envidia de mi hija, le podia quitar el puesto en la Diputación". Eso le produjo una depresión que conllevó la pérdida de 25 kilos.
Con esta idea, "hace dos años" consiguió dos armas, una de ellas de fogueo, y municiones a "un tal Armando" en Gijón a cambio de 2.000 euros. Se inició entonces un seguimiento personal de Montserrat a Isabel Carrasco que sólo dio sus frutos el 12 de mayo. En uno de sus paseos por el entorno de la vivienda de la presidenta localizó que iba sola y "fue increíble". Con frialdad la siguió y una vez sobre la pasarela recuerda haberla disparado por la espalda una vez y dos veces más cuando ya permanecía en el suelo.
"Iba medio ida y entonces vi a mi hija, le dije que tirara el bolso"
Siempre según sus propias palabras, salió de allí "rápido, porque estaba muy mal, fatal, medio ida, y entonces vi a mi hija". En ese momento vió a su hija, "le di el bolso y le dije que lo tirara y que me iba para el coche", el Mercedes deportivo de Triana que estaba aparcado en Gran Vía de San Marcos.
Aquí entra en juego la declaración de la propia Triana, que insiste como su madre en que ella no sabía nada de las intenciones de asesinar a Carrasco, aunque observó que iba "muy mal". Con el bolso negro, que contenía dentro la bandolera con el revolver, optó por dirigirse a la misma avenida Gran Vía pero por la calle Lucas de Tuy, donde "por casualidad" se encontró con su amiga Raquel Gago, que charlaba con un agente de la ORA. Le metió el bolso en su vehículo sin que ella se percatara y le dijo que "iba a por fruta".
La agente, por su parte, coincide plenamente en esta escena. "Tienes abierto el coche", recuerda que Triana le dijo, no sabe si como pregunta o como afirmación, y la vio irse "a la frutería". Raquel, que admite que había estado esa misma tarde en casa de su amiga "de hace quince o veinte años" tomando café, pero sin hablar de Carrasco para nada, retomó su actividad normal de los lunes y acudió a una clase de restauración. Allí recibió la llamada de un compañero de la Policía Local que le dijo que Triana y Montserrat habían sido detenidas por la muerte de Carrasco. "Me quedé sorprendida y petrificada", "en estado de shock", con lo que justifica que no acudiera desde el principio a denunciar que acababa de ver a Triana. No fue hasta el dia siguiente cuando, al cargar una bicicleta en su Wolksvagen, descubrió el bolso, mantuvo ante la magistrada.
Siempre según el sumario instruido, cuando Triana llegó donde la esperaba su madre ya había una nube de policías. Estos habían sido alertados por un hombre mayor, que después se supo que era el policía nacional jubilado que había sido testigo directo de los disparos sobre la pasarela y había decidido seguir a la autora de los mismos, aunque reconoció que la perdió de vista por dos ocasiones en el trayecto.