El radón es un gas radiactivo incoloro, inodoro e insípido que procede del uranio de zonas graníticas, aguas de montaña no depuradas, materiales de construcción y paredes rocosas de multitud de cuevas que contienen ciertas rocas de la corteza terrestre. Su peligro reside en que al emanar del subsuelo se acumula en el interior de lugares cerrados como las viviendas o lugares de trabajo. Al desintegrarse, emite partículas radioactivas que al respirar acaban sobre las vías respiratorias, donde tienen la capacidad de corromper el ADN y puede provocar un cáncer de pulmón. De hecho, según la Organización Mundial de la Salud, el gas radón es la segunda causa de muerte por este motivo y el responsable de en torno a un 10 por ciento de esta enfermedad en personas no fumadoras.
Fruto de la preocupación por los efectos del gas Radón, la Administración prevé una sección dedicada exclusivamente a la protección frente a la exposición al radón en la nueva revisión del Código Técnico de la Edificación. En ella se pretende establece un nivel máximo de referencia para el promedio anual de concentración en el interior de los locales habitables de 300Bq/m3.
Este gas se introduce en las viviendas a través de las fisuras y entradas de aire no controladas. Por ello, la mejor forma para evitarlo es ventilando los sótanos y cámaras sanitarias de los edificios antes de que llegue a la casa.