Egeria, la peregrina del s.IV desde El Bierzo a Jerusalén cuyo viaje pudo originar la Semana Santa en España (Hispania)

El origen de la Semana Santa se remonta al menos hasta la iglesia de Jerusalén del siglo IV. Una viajera de aquella época nos cuenta esta historia. Se trata de Egeria, que venía desde la 'gallaecia'. Lo que vio allí, en tierra santa, y cómo rememoraban la pasión y muerte de Jesús en el siglo III, contribuyó a reproducir en Hispania toda aquella memoria que después arraigaba como tradición en la España cristiana.

10 de Abril de 2023
Actualizado: 22 de Abril de 2023 a las 10:36
Guardar
egeria-semana-santa-espana
egeria-semana-santa-espana
Un día cualquiera de 1884 en la Biblioteca della Confraternita dei Laici, en la ciudad italiana de Arezzo, cayó en las manos del erudito Gian Francesco Gamurrini un códice del siglo XI mientras ponía en orden viejos legajos y manuscritos. En él aparecían cosidos textos escritos por distintas manos y que nada tenían que ver. Entre ellos, llamó su atención una veintena de páginas de pergamino que describían un viaje a Tierra Santa, originariamente escritas en el siglo IV y por una mujer, que hablaba en primera persona, en forma de peregrinatio o itinerarium.
¿Quién era su enigmática autora? Una pregunta que durante años trajo de cabeza a investigadores y estudiosos hasta dar con el nombre que estaba detrás de esa incógnita. Y lo encontraron: Egeria. Una curiosa y valiente berciana que una mañana del año 380 se despertó y dejó su hogar en el Bierzo para atravesar toda Europa hasta los confines del Imperio Romano.

 

Egeria fue una virgen consagrada y monja, de Hispania (o España), de posición acomodada que, debido a su espíritu piadoso y aventurero, hizo un largo viaje, de unos tres años, por las tierras de Egipto, Israel, Palestina y Siria. Este lo registró en un diario que escribió para sus “hermanas”, o compañeras de vocación religiosa, en España, el cual fue descubierto por un erudito en el siglo XIX y ha sido titulado La peregrinación de Egeria

 

 

 




 



Egeria, en un retrato idealizado.



 

Visitó Constantinopla y cruzó las puertas de Jerusalén, para seguir en su peregrinación por los ‘santos lugares’ hasta Mesopotamia y Egipto, donde también pisó el bíblico Monte Sinaí. Una aventura que se prolongaría hasta el 384 y cuyo «diario» la convertiría en la primera escritora de viajes de España de la que se tiene noticia. En el Bierzo, en el valle del Silencio y bajo los montes Aquilianos, señala el autor de 'Los Viajes de Egeria del Bierzo', Saturnino Alonso, habría "forjado su espíritu: curioso, emprendedor, ansioso por conocer otras culturas, empapado de alta religiosidad, místico y poético, necesitado de palpar la fe con sus propias manos".

 

Aclarado su nombre y su origen, en lo que no hay un total acuerdo es sobre si era o no monja o si tenía o no relación de parentesco con el emperador Teodosio. Para algunos autores está claro que se trata de una religiosa, incluso algunos la colocan en el cargo de abadesa de un monasterio, aludiendo a la carta de San Valerio, donde se refiere a ella como beatíssima sanctimonialis, y porque dirige sus cartas a unas dominae et sorores.

 

"Egeria, inflamada con el deseo de la divina gracia y ayudada por la virtud de la majestad del señor, emprendió con intrépido corazón y con todas sus fuerzas un largísimo viaje por todo el orbe. Y así, caminando despacio, guiada por el Señor llegó a los sacratísimos lugares del nacimiento, pasión y resurrección del señor", escribe de ella San Valerio en su epístola. Otros autores, como Carlos Pascual, rechazan esas tesis para identificar a Egeria con una dama de alcurnia, aristócrata, culta y con una personalidad extraordinariamente fuerte.


 


 

En las páginas de 'Itinerario'


 

Al 'Itinerario' de Egeria le faltan algunas páginas al principio, arrancando bruscamente en el ascenso al Sinaí, y se interrumpe en el relato de su regreso en Constantinopla. Aún así, se cree que recorrió la Vía Domitia -que atraviesa las regiones francesas de Aquitania y el Ródano-, para llegar después por mar a Constantinopla, ya en el año 381. Desde allí siguió la vía militar a Galacia y Capadocia y cruzó las montañas del Tauro hasta Antioquia, desde donde bordeó la costa para llegar a Jerusalén.



 

Allí se estableció durante tres años, realizando desde ese lugar "excursiones" que la llevaron a la cima del monte Sinaí, a la región de Gessén, a las gargantas de Ayun Musa (fuentes de Moisés) en el Nebo, al sepulcro del Santo Job en Ausitis y la Tebaida en Egipto. "Así pues, en nombre de Dios, pasado algún tiempo, como ya hacía tres años completos que había venido a Jerusalén, después de visitados todos los lugares santos a los cuales había venido para hacer oración, y con ánimo de regresar a la patria, quise también ir por voluntad de Dios a Mesopotamia de Siria a ver a los santos monjes", cuenta en su diario.


 



Detalle del manuscrito de Egeria, 'Itinerario'.



 

Así, tras pasar la Semana Santa del año 384, Egeria abandona Jerusalén para regresar a casa, pero lo hace dando un rodeo por 'Mesopotamia de Siria', donde visita el martyrium del apóstol Tomás en Edesa y otros lugares santos, antes de volver a Constantinopla. «Al día siguiente, cruzando el mar, llegué a Constantinopla, dando gracias a Cristo nuestro Dios que se dignó a darme tal gracia», escribió. Desde allí informó de su regreso, sin prisa, adelantando una última vuelta por Asia con el propósito de ir a Éfeso para ver el sepulcro del apóstol Juan.

 

«Si después de esto aún estoy viva, y si además puedo conocer otros lugares, lo referiré a vuestra caridad, o yo misma presente, si Dios se digna a concedérmelo, o ciertamente os lo comunicaré por escrito, si otra cosa me viene al espíritu. Entretanto, señoras mías y luz de mi vida, dignaos acordaros de mí, sea que esté viva, o sea que haya muerto», concluye Egeria.


 

San Valerio del Bierzo tuvo en sus manos el manuscrito en el siglo VII (hacia el año 650), y dio a conocer por primera vez su existencia en una carta a un monasterio de la misma región. San Valerio no indica la fecha del viaje; el P. Agustín Arce lo fija en los años 381-382; otros lo retrasan algunos años, hasta 393-396.