Desde el pasado 1 de agosto, el barrio ponferradino que rodea la iglesia de San Ignacio vive en un nuevo tipo de silencio. Las campanas han dejado de sonar. No marcan las horas, ni llaman al culto, ni acompañan las celebraciones litúrgicas. El motivo: una orden judicial que obliga al Obispado de Astorga a cesar su uso hasta que el volumen de los tañidos se adecúe a la legislación sobre contaminación acústica.
Pero la sentencia no ha apagado el debate, lo ha encendido. InfoBierzo ha salido a la calle para pulsar la opinión del vecindario. Y las voces, como las campanas, resuenan en todas las direcciones.

La medida, confirmada por el propio Obispado mediante un comunicado oficial, responde a una sentencia del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Astorga, que atendía la demanda de un vecino, respaldada por informes técnicos y mediciones acústicas realizadas en su domicilio. El fallo determinó que las campanas superaban ampliamente los niveles de ruido permitidos por la Ley 5/2009 de Castilla y León, obligando a la Diócesis no solo a parar los repiques, sino también a indemnizar con 1.000 euros al denunciante por daños morales.
“Yo me levantaba con ellas cada mañana. Desde que no suenan, he tenido que volver a poner el despertador”, comenta riendo uno de los vecinos más próximos a la iglesia de San Ignacio, aunque reconoce que “Ya no molestaban tanto, formaban parte del ambiente del barrio”.
Otros, en cambio, valoran la pausa impuesta. “Setenta campanadas al volumen que tenían eran excesivas. No se trata de acabar con las tradiciones, sino de adaptarlas a los tiempos”, y se muestran de acuerdo con las declaraciones del alcalde Marco Morala, quien esta semana abogaba por un punto intermedio “entre la tradición y el descanso”.
Otro de los vecinos que vivía dando la vuelta a la manzana comparaba la situación con vivir cerca del tren: “Los primeros meses te molestan, luego te acostumbras. Yo ya ni las oía”, asegura. Un argumento que, precisamente, fue uno de los puntos debatidos durante el proceso judicial.

También hay quienes muestran su desacuerdo con este silencio de las campanas de forma tajante. “Es absurdo. ¿A quién pueden molestar unas campanas que llevan sonando toda la vida? Esto no hace daño a nadie, y es parte de nuestra cultura”.
Muchos son los residentes que piden una solución técnica y equilibrada: “Menos repeticiones, menos volumen, y mantener lo esencial" nos explica uno de los viandantes cercanos a la iglesia.
Por ahora, la iglesia de San Ignacio seguirá en silencio. El Obispado no ha anunciado aún ninguna actuación concreta para adaptar el sistema sonoro. Mientras tanto, el barrio se divide entre quienes disfrutan del nuevo descanso, quienes echan de menos el “runrún” de las campanas. Lo único en lo que todos coinciden: las campanas ya no suenan… pero la polémica, sí.
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